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Monterrey, Nl., Carmen llevaba 15 años sometida al yugo de la violencia machista: golpes, violaciones, insultos, amenazas. Su vida era un infierno, pero nunca se imaginó que podía ser peor: su esposo le quemó la casa. Él le pidió perdón y a los pocos días intentó nuevamente asesinarla, esta vez por asfixia.
¡Me salvaron de milagro! Luego quiso hacerlo otra vez, pero me fui y busqué ayuda. Si no existiera este refugio, estaría muerta, indica mientras ordena los juguetes del niño en su habitación del centro para mujeres víctimas de violencia, creado por Alternativas Pacíficas, un modelo que el gobierno busca implementar a escala nacional, en sustitución de los centros operados por la sociedad civil.
Carmen tiene la mirada puesta en el suelo, se siente avergonzada, dolida; sufre cada vez que recuerda el martirio sexual, sicológico y físico que padeció. Respira profundo y se seca las lágrimas con un pañuelo. Hace unos días llegó a este refugio, fundado por la activista y defensora de los derechos humanos Alicia Leal Puerta; un lugar seguro creado hace 23 años, donde se ofrece un modelo ejemplar de atención integral para ayudar a las víctimas a lograr un cambio real de vida.
Mi esposo siempre me golpeaba con el puño, con lo que fuera; me golpeaba la cabeza casi a punto de matarme. Me amenazaba con un cuchillo. Esta última vez ya nos habíamos separado, pero siempre quería volver conmigo. Le dije que no, se molestó y quemó mi casa. Pasaron nueve meses y me seguía hostigando. Me llevó a un terreno baldío e intentó matarme. Me asfixió y fui perdiendo el conocimiento, ya no necesitaba respirar, sólo empecé a ver oscuro. Me dejó inconsciente, relata.
Cuando Carmen fue reanimada por él mismo, le dijo con cuchillo en mano: ¡Híncate! Dime, ¿por qué te debo dejar vivir? Con un soplo de aliento y el susto en el cuerpo, Carmen se arrodilló y contestó: Déjame vivir por mis hijos, ellos me necesitan. Magnánimo, añadió: Te dejo vivir si volvemos a ser la misma familia que fuimos.
No era la primera vez que Carmen sufría un atentado a su vida. Una vecina le contó que existían refugios para las mujeres y a pesar del miedo se animó a solicitar ayuda: “Hablé y me dieron la dirección; les dije: ‘tengo miedo y no sé a quién pedirle ayuda’. Vivía en casa de una prima, pero él ya había ido a golpearme. Yo me sentía sola y sabía que si me quedaba ahí me iba a matar”.
Carmen tiene tres hijos de seis, 12 y 15 años. Por primera vez en su vida, dicen sentirse bien, en un lugar seguro, tranquilo. De la zozobra, el miedo y el dolor, han pasado al apacible ritmo de una vida libre de violencia, en un lugar donde les garantizan seguridad, alimentación, ropa, atención sicológica, apoyo legal, talleres de autoempleo, educación para la paz, gestoría de servicios asistenciales, actividades de manejo y resolución de conflictos, programa de habilidades maternas y ayuda para encontrar un trabajo.
Remanso de paz
Por los pasillos de este refugio se respira serenidad. El silencio es roto sólo por las risas de los niños que corretean en los distintos patios. La luz de la tarde ilumina los rincones de la sala usada para la terapia infantil. Aquí es donde les dan la bienvenida a los pequeños de las distintas familias. Ellos eligen un muñeco de peluche que los acompañará en su transición de vida.
La calidad y calidez del personal aunado a este modelo efectivo hacen posible un cambio de vida para ellas y sus hijos. Amamos lo que hacemos. Es difícil, es agotador emocionalmente, pero ver el cambio que una mujer puede hacer y el cambio que puede generar con sus hijos es hermoso, destaca Graciela de León, coordinadora del refugio.
En el caso de Laura, quien tiene 58 años, desde que recuerda vivió la violencia de su padre: Me golpeaba con lo que encontrara: con el puño, cinto, baqueta, alambres de la luz, escobas, leños, con todo. Decía que él así fue tratado y así nos trataba a las tres. Nos decía que por lo menos nosotras traíamos zapatos y comíamos, que él ni eso.
Rememora que su madre nunca intervino: Mi mamá estaba muy sometida, esa gente antigua que no se mete, que lo que diga el marido eso es. Nunca tuvimos su apoyo, nunca nos defendió. Murió muy joven y nos quedamos con él.
Cuenta que se casó y a los cinco años quedó viuda con una niña, por lo que volvió a la casa paterna: Fue peor. Cometí el error de ir a meterme ahí y fue peor, me seguía pegando. Fue terrible. Me aventaba agua sucia, me aventaba piedras, ya viejo, nunca se le quitó lo agresivo.
Laura logró escapar y llegó a este refugio donde encontró, dice, la salvación. Yo ignoraba que existían este tipo de lugares donde uno puede recibir ayuda. Recuerdo que un día salí a la calle y andaba muy mal, muy maltratada físicamente, y una señora me dio información de este lugar.
A sus 58 años se considera una sobreviviente. Está segura de que sus heridas jamás van a cicatrizar, pero que la ayuda que ha recibido en este refugio la convirtió en otra mujer: Yo llegué ignorante, no conocía ni la palabra sicólogo. Llegué súper mal, flaca, el cabello canoso. Me dieron atención siquiátrica con antidepresivos para que descansara, para que comiera y me relajara. Me dieron todas las oportunidades de abrirme, me dejaron decir todo lo que traigo, todo lo que cargo y siento.
Cuenta que por primera vez se sintió segura y feliz: En primer lugar te dan tu cuarto, comida, ropa, apoyo médico, sicológico, legal y externo. Los refugios son muy necesarios, al ciento por ciento.
Hace unos días, el presidente Andrés Manuel López Obrador aclaró que los refugios para mujeres se mantienen y que la información que se difundió sobre entregar apoyos a las mujeres directamente, en lugar, de las organizaciones no gubernamentales, era falsa.
Laura lo celebra: Si de por sí, existiendo los refugios cuánta mujer no hay muerta, imagínense cómo estaríamos. Los refugios salvan vidas. Míreme a mí: ahora sonrío, trabajo. Cuando llegué aquí parecía un fantasma, un espectro por los pasillos. Soy otra, soy feliz, en una palabra.
Perder el miedo
La diferencia entre albergue y refugio es importante, señala la abogada Marcela Urbano Guzmán, responsable de Enlace Interinstitucional: Los albergues son más asistenciales, atienden situaciones inmediatas y son temporales; mientras en los refugios se vive un proceso de tres meses que puede extenderse de acuerdo con cada familia.
Guadalupe tiene 43 años y llegó al refugio con sus cuatro hijos: Viví violencia durante 15 años con el papá de mis hijos. Sientes que no hay salida. No ves posibilidades. Me golpeaba con la mano, embarazada me llegó a poner los ojos morados. La autoestima está muy baja y sientes que no sirves para nada. Es muy difícil.
Recuerda que su agresor la alejó primero de las personas que la querían, aunque su familia presentía lo que ocurría a pesar de que ella siempre se los ocultó, hasta que fue visible: Mi madre se enteró por medio de su hermano que trabaja en el gobierno que existía Alternativas Pacíficas, que existía este refugio y era muy seguro para mí y mis hijos. Así me animé a dar este paso.
Menciona que su vida era un infierno: “Él siempre me amenazaba, me decía: ‘el día que te vayas te quito a los hijos’. Además, tiene el poder económicamente, la casa, el negocio, todo estaba a su nombre. A pesar de todo, empecé a hacer mi plan de cómo salir de ahí y sacar a mis hijos, no quería dejar a ninguno. Y sin levantar sospechas lo logré”.
Con lo puesto, Guadalupe tomó un taxi en la esquina de su casa junto con sus cuatro hijos y arribó a este lugar: Llegué muerta de miedo. Sabía que si me iba a casa de mis familiares iba a dar conmigo, por eso decidí venir aquí. Me ha costado mucho perder los miedos y recuperar la autoestima. Es muy difícil.
Sonriendo añade: Aprendí a poner límites, a valorarme, a saber lo que valgo. Cerrar los refugios sería una tontería muy grande. Al contrario, necesitamos más lugares así. Necesitamos que las mujeres sepan que existen. Los refugios son una puerta a una vida mejor. Este refugio me salvó la vida a mí y a mis hijos. Quiero que las mujeres sepan que sí se puede, que no se rindan, que todas valemos mucho y podemos salir adelante.
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